jueves, 22 de enero de 2009
Como hablar de los libros que no se han leido de Pierre Bayard
Reconozcámoslo: el título de este libro llama la atención poderosamente. Si, además, lo abrimos y descubrimos que se abre con la siguiente cita de Oscar Wilde: «Jamás leo los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia», la impresión de que debe ser un ensayo singular se afianza. Pierre Bayard juega con nosotros, desde luego, al lanzar con maliciosa intención estos huesos: está claro que busca el desafío intelectual, la provocación más evidente. No obstante, una vez leído el libro podemos observar que su propósito es muy otro, si bien bastante más común de lo que podría parecer.
Elogios de la lectura se han realizado por doquier: multitud de eruditos e intelectuales han alabado las virtudes de los libros y defendido la necesidad de leer como un elemento indispensable de formación. Bayard juega con el lector proponiéndole, en apariencia, lo contrario: una exaltación de la cultura y de la inteligencia mediante la no-lectura. Por supuesto, y como decíamos más arriba, esta tesis no pasa de una provocación ingeniosa, si bien es cierto que el autor la desarrolla con una habilidad impresionante. En esencia, lo que Bayard expone es que alguien culto, alguien a quien se le suponen unas lecturas canónicas a las que no puede sustraerse, no tiene porqué haber pasado por ellas; si es un lector despierto, un observador sagaz, puede formarse una idea más que cabal del contenido de los libros y, sobre todo, de su posición dentro de lo que él denomina la biblioteca colectiva: el conjunto de «libros determinantes sobre los cuales descansa cierta cultura en un momento dado».
Así, lo importante sería ubicar un libro dentro de un grupo mucho mayor, situarlo en unas coordenadas intelectuales que nos permitieran ponerlo en relación con el resto y “adivinar”, por tanto, cuál es su contenido. Porque otra de las tesis importantes del autor es que un libro no siempre se interpreta de la misma manera, sino que cada cual hace de él una lectura diferente (idea que entronca con la estética de la recepción estructuralista); a esa representación individual o colectiva que media entre el lector y el libro la llama Bayard libro interior. Dado que ese libro interior es una interpretación personal y que nos conforma íntimamente, se torna incomunicable y, por lo tanto, cada persona lleva dentro de sí un libro diferente, una lectura diferente, aunque el soporte físico que transporta el mensaje sea el mismo para todos. Esas distintas visiones permiten que alguien que conozca bien el universo literario (y hay que entender aquí que Bayard apuesta por un conocimiento más académico que intuitivo) hable con propiedad de un libro, aunque no lo haya leído y se haya limitado a hojearlo, a estudiarlo o, simplemente, haya escuchado o leído lo que otros opinan de él.
Ya hacia el final del libro el autor se descuelga con otra idea fundamental de su exposición: aceptando que su discurso ha rozado la provocación —si es que no lo ha sido directamente—, Bayard confiesa que su ensayo se dirige contra esa cultura monolítica que no acepta al que no lee, que instaura unas barreras infranqueables y que establece unas reglas escrupulosas para definir el concepto de “lector”. Para el autor, lo principal es que la lectura es un acto de creación en sí mismo, una actividad artística per se, como bien ilustra con un último ejemplo, de nuevo de Wilde. El hecho de que alguien no haya leído (entendiendo esto de forma literal) un libro no significa que no esté en situación de exponer una opinión al respecto, incluso de proporcionar una interpretación que, por qué no, puede ser tanto o más ilustrativa que la de un erudito en el texto.
Como lector en constante proceso de aprendizaje, creo que este libro corrobora esa intuición que muchos habrán tenido alguna vez: la de plantearse una opinión precisa sobre un texto y desecharla por “poco académica”. Bayard enjuicia eso y otorga al lector la capacidad no sólo de opinar, sino de crear y elaborar (o re-elaborar), liberándolo de los prejuicios academicistas más corrientes. Bien es verdad que el autor, como profesor que es, tiende más a esa valoración del conocimiento cultural clásico, el cual permite situar al libro dentro de un contexto muy específico (corrientes, influencias, lenguajes, estilos, etc.), pero también tiene la valentía de sustraer parte de su valor a esa crítica puntillosa y academicista. De igual modo, el texto legitima la posibilidad de rechazar un libro sin haberlo leído, puesto que, si tenemos los conocimientos pertinentes sobre su contexto (autor, tipo de literatura o lecturas previas), nos podemos aventurar a suponer lo que nos espera y, por lo tanto, a rechazarlo si no lo consideramos sugestivo o relevante.
Aunque repleto de tesis conocidas, “Cómo hablar de los libros que no se han leído” tiene una frescura desenvuelta que invita a la reflexión constante. Repleto de ideas sagaces e inteligentes, es una lectura imprescindible para liberarnos de algún que otro prejuicio o, simplemente, para refrescarnos la memoria y recordar que leer es un acto, ante todo, de diversión creadora.
Atrapado en el timepo
Phil Connors (Bill Murray), hombre del tiempo en televisión, es enviado un año más a Punxsutawney, a cubrir el festival de "El día de la marmota". En el viaje de regreso, Phil y su equipo, formado por Rita (Andie MacDowell) y un cámara, se ven sorprendidos por una tormenta que les obliga a regresar a la pequeña ciudad.A la mañana siguiente Phil descubre que de nuevo es "El día de la marmota". Y la historia se repite un día, y otro y otro... Phil parece estar condenado a vivir el mismo día eternamente, así que decide sacar provecho de la situación.
martes, 20 de enero de 2009
Amèlie:
Argumento:
Amelie no es una chica como las demás. ha visto a su pez de colores deslizarse hacia las alcantarillas municipales, a su madre morir en la plaza de Notre-Dame y a su padre dedicar todo su afecto a un gnomo de jardín. Creció y se convirtió en camarera en un bar de Montmartre cuya propietaria es una antigua jinete circense. la vida de Amelie es sencilla: le gusta tirar piedras al Sena, observar a la gente y dejar volar su imaginación. De repente, a sus veintidos años, Amelie descubre su objetivo en la vida: arreglar la vida de los demás. Inventa toda clase de estrategias para intervenir, sin que se den cuenta, en la existencia de varias personas de su entorno. Entre ellas está su portera que pasa los días bebiendo vino de Oporto; Georgette, una estanquera hipocondríaca: o "el hombre de cristal", un vecino que solo ve el mundo a través de la reproducción de un cuadro de Renoir.
Año: 2001.
Nacionalidad: Francia-Alemania.
Estreno: 19-10-2001.
Género: Comedia.
Duración: 120 m.
Tema original: Le fabuleux destin d'Amèlie Poulain.
Dirección: Jean-Pierre Jeunet.
Intérpretes: Audrey Tautou (Amèlie Poulain), Mathieu Kassovitz (Nino Quincampoix), Rufus (Raphael Poulain, el padre de Amelie), Yolande Moreau (Madeleine Wallace, la portera), Artus de Penguern (Hipólito, el escritor).
Suzanne, la dueña, antigua artista del desnudo, que cojea un poco pero nunca derrama nada, a la que le gusta ver a los atletas que lloran por desilusión y no le gusta que un hombre sea humillado en presencia de su hijo.
Georgette, la vendedora de tabaco hipocondríaca.
Gina, camarera como Amélie, y a quien le gusta hacer tronar los huesos de los dedos.
Hipólito, un escritor fracasado, a quien le gusta ver toreros corneados en televisión.
Joseph, el amante rechazado de Gina.
Philomène, azafata de vuelo, a quien le gusta el ruido producido por el tazón del gato en el azulejo.
Guión: Jean-Pierre Jeunet, Guillaume Laurant.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Música: Yann Tiersen Montaje Hervé Schneid.